Nos llaman ciudadanos
porque suena a ciudad,
pero nos quieren islas,
separadas, cansadas,
fáciles de mover en el mapa
sin preguntar al corazón.
Nos llaman libres
para que no preguntemos quién cierra las puertas,
nos llaman elección
cuando el camino ya está marcado con flechas invisibles.
Dicen informar
y esconden el verbo formar,
dicen paz
y afinan los misiles,
dicen defensa
y practican el ataque.
No nos cuentan el mundo...
nos enseñan cómo mirarlo.
A los muertos los llaman daños colaterales,
a los pobres los llaman coste,
a las guerras las llaman misiones,
a la rabia la llaman radicalismo
y al fascismo...
lo llaman opinión respetable.
Repiten la mentira
hasta que aprende a andar sola,
hasta que entra en las escuelas,
en las mesas familiares,
en las conversaciones que terminan en silencio
porque discutir la verdad cansa
y callar parece más cómodo.
Nos quieren quietos, productivos, agradecidos,
con la cabeza inclinada y el corazón anestesiado,
dóciles para aceptar
que este es el único mundo posible.
Pero las palabras recuerdan
lo que fueron antes de ser usadas como arma,
y aunque las doblen,
aunque las pisen,
aunque las manchen de ruido,
todavía hay voces que saben leer,
porque pensar sigue siendo
el acto más peligroso...
y despertar,
la verdadera revolución.
SsJ

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