Theodor Kallifatides es un escritor sueco de origen griego que nació en Grecia, en un pequeño pueblo cerca de Esparta, en Molaoi, el 12 de marzo de 1938. Su vida, como tantas otras, está hecha de partidas y búsquedas. En 1964 dejó su país y se instaló en Suecia, llevando consigo una lengua que amaba, una tierra que extrañaría siempre y un montón de preguntas sin respuesta. Empezó desde abajo, con trabajos humildes, aprendiendo un idioma que no era el suyo, tratando de no perderse a sí mismo en ese nuevo país que lo acogía pero que también lo descolocaba.
Durante años escribió en sueco pero un día sintió que estaba perdiendo su idioma materno y con él, parte de su identidad, así que volvió a escribir en griego, no por orgullo ni por gesto político, sino porque a veces, para seguir adelante, hay que volver al origen.
Kallifatides escribe con una voz tranquila pero firme, habla del exilio, de la memoria, del amor por las palabras, del deseo de pertenecer sin dejar de ser uno mismo. No busca epatar, ni crear mundos grandiosos, simplemente escribe desde lo más íntimo, desde lo humano, con esa sencillez que solo tienen los que han vivido mucho y entienden que lo esencial no necesita adornos.
Sus libros, muchos de ellos autobiográficos, están llenos de reflexión, de ternura, de preguntas que no pretenden ser contestadas, porque él sabe —como saben los que han amado de verdad, los que han extrañado profundamente— que escribir es, en el fondo, una forma de resistir al olvido.
Mi madre es mi verdadera patria. Si yo fuera una fruta, ella sería mi árbol. Si yo fuera un árbol, ella sería la tierra. Si yo fuera la tierra, ella sería mi cielo.
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