Ángela Figuera Aymerich fue una escritora y poetisa española que nació en Bilbao el 30 de octubre de 1902 y falleció el 2 de abril de 1984 en Madrid. A lo largo de su vida, su pluma se convirtió en un faro de resistencia, iluminando las oscuridades de la injusticia social y las luchas de las mujeres.
Con un estilo que fusionaba la pasión con la reflexión, sus versos son un canto profundo a la vida, el amor y la dignidad humana. Su poesía es un espejo que refleja no solo sus propias vivencias, sino también las de un mundo en constante cambio, donde el sufrimiento y la esperanza coexisten en un delicado equilibrio.
Figuera Aymerich se adentró en la experiencia del exilio, el desarraigo y la búsqueda de identidad, convirtiendo su dolor en arte. En cada línea, su voz se alza como un grito de libertad, un llamado a la empatía y la justicia. Su legado perdura en el corazón de quienes encuentran en sus palabras la fuerza para seguir luchando por un mundo más humano, recordándonos que la poesía puede ser un refugio y una herramienta de cambio.
No quiero
No quiero
que los besos se paguen
ni la sangre se venda
ni se compre la brisa
ni se alquile el aliento.
No quiero
que el trigo se queme y el pan se escatime.
No quiero
que haya frío en las casas,
que haya miedo en las calles,
que haya rabia en los ojos.
No quiero
que en los labios se encierren mentiras,
que en las arcas se encierren millones,
que en la cárcel se encierren a los buenos.
No quiero
que el labriego trabaje sin agua,
que el marino navegue sin brújula,
que en la fábrica no haya azucenas,
que en la mina no vean la aurora,
que en la escuela no ría el maestro.
No quiero
que las madres no tengan perfumes,
que las mozas no tengan amores,
que los padres no tengan tabaco,
que a los niños les pongan los Reyes
camisetas de punto y cuadernos.
No quiero
que mi hijo desfile,
que los hijos de madre desfilen
con fusil y con muerte en el hombro;
que jamás se disparen fusiles,
que jamás se fabriquen fusiles.
No quiero
que manden Fulano y Mengano,
que me fisgue el vecino de enfrente,
que me pongan carteles y sellos,
que decreten lo que es poesía.
No quiero
amar en secreto,
llorar en secreto,
cantar en secreto.
No quiero
que me tapen la boca
cuando digo NO QUIERO.
Sí, también yo quisiera ser palabra desnuda.
Ser un ala sin plumas en un cielo sin aire.
Ser un oro sin peso,
un soñar sin raíces,
un sonido sin nadie...
Pero mis versos nacen redondos como frutos,
envueltos en la pulpa caliente de mi carne.
Donde veas
que el látigo o la espada se levantan,
que la prisión redobla sus cerrojos,
que los fusiles amenazan a muerte,
acércate y, a pecho descubierto,
lanza un tremendo NO que salve al mundo
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