Te vi al otro lado de la calle... Te vi y tuve miedo que tú
me vieras a mí y me reconocieras, o peor aún, que no lo hicieses. Han
pasado tantos años, tantos inviernos, tantas penas, tanta lucha, que las
arrugas y las canas han aparecido antes de lo esperado y parezco mayor de lo
que soy y ni siquiera me asemejo a lo que fui. Te vi y tuve miedo a ver en tus
ojos la pena y la compasión.
Tuve miedo de verme en ti.
Y cómo explicarte que al final no he sido el ganador que se
esperaba de mí, como explicarte que la vida a veces te lleva a vivir
situaciones jamás imaginadas y a tomar decisiones que a veces no son las
correctas y eliges el camino equivocado.
Y me escondí... no pude evitarlo, me dio vergüenza que me
vieses así, mirando en los contenedores a ver si alguien había tirado alguna
prenda que me pudiese servir o un trozo de pan del día de ayer o una carta de
amor de un desenamorado que me hiciese volver a sentir.
Te vi y tuve ganas de todo y de nada.
Ganas de gritar tu nombre, ganas de zambullirme para coger
impulso y salir más fuerte a romper las tristes paredes que acordonan la
ciudad, ganas de iluminar mis insomnios para que huyan los miedos que
alimentan y asfixian mis ilusiones, ganas de dar esperanza a mi desespero, de
dar esquinazo al caprichoso destino que se camufla en los parques, en la
penumbra de la noche y de la conciencia.
No pude evitarlo... te seguí.
Necesitaba seguir contemplando tus ojos, ese infinito
profundo en el que me perdía para revivir. Necesitaba seguir comprobando que tu
cabello y tu piel seguían iluminando los lugares que pisabas, para poder seguir
soñando, para quedarme con tu imagen y que ella diese algo de vida a mi
sinvivir.
La gente pasaba a mi lado sin verme, sin percatarse que bajo
esa vestimenta una vez hubo un niño con millones de ilusiones, un adolescente
lleno de fuerza, un hombre con un prometedor futuro, lo que se llama un
brillante porvenir, pero la crisis, las deudas, el paro, la edad... esa edad en
la que parece que ya no existes para nada ni para nadie y menos para esa
política represora y opresora que nos ha llevado a muchas personas a ni
siquiera tener un techo donde dormir o donde mal vivir.
La gente ni me mira cuando pasa a mi lado, o lo que es peor,
los hay que miran con desprecio de verte cada día bajo los mismos cartones,
como si a los que pasan junto a mí no les pudiese ocurrir.
Intenté volver a decir tu nombre antes de que cogieses ese
taxi que te apartase nuevamente de mi alrededor, y volviese a ser esa nada
en la que me despierto cada mañana, pero el silencio y el vacío se adueñó de mi
voz y sólo salió un lamento, un quejido, una canción sin melodía ni letra.
Me entró miedo... por un instante, la desconfianza se apoderó
de mi mundo y necesité un abrazo, el calor de alguien que me mirase a los ojos,
y me dijese que al final todo pasaría, necesité sentir esa sensación perdida
del amor, y la melancolía se volvió a apoderar de mí.
De los dos, uno perdió y ese fui yo.
Intentaré volver a luchar contra los monstruos de mi mente,
intentaré resurgir o al menos inventar un cuento que me hable de ti. Me
quedaré con el regalo de esta noche de volver a verte aunque sea desde lejos, y
lo evocaré cuando el silencio llene la ciudad, con los versos que despertaban
en mi mente tu sonrisa, y volveré por un momento a sentir, que soy el poeta que
una vez fui.
SsJ
Precioso. LLega, se introduce muy adentro y eriza la piel y el corazón.
ResponderEliminarYo en tu lugar, intentaría seguir cultivando el relato. Eres capaz de transmitir mucho.
Un abrazo
Muchas gracias, tomaré en cuenta tus palabras que motivan a seguir entregando mis sentimientos y mis palabras.
EliminarUn abrazo muy grande