Se abrió el cielo en mi pecho
como un cuenco sin fondo,
y de allí —sin permiso—
volaron las palabras.
No supe si eran pájaros,
mariposas o cenizas,
solo sé que se fueron
con tu nombre entre las alas.
La noche me hablaba en espejos,
en charcos de luna quebrada,
y tus dedos —aquellos que no olvidé—
me rozaban aún en el humo del sueño.
Mi lengua tejía jardines
en la forma imposible de tu espalda,
pero tú eras viento,
eras agua, eras nadie, eras todas.
Me escondí en las sílabas suaves
de un poema que nunca escribí,
y tú, mi amor de mil vidas,
te deslizabas por entre los versos
como quien no quiere quedarse.
Volaron las palabras.
Se fueron, sí. Pero dejaron migas,
miguitas de beso,
miguitas de rabia,
miguitas de aquella primera vez
que me sentí viva en tu mirada.
En mis sueños habitas
una casa hecha de voz y silencio.
Allí no hay fronteras, ni miedo,
ni nombre que nos quite el amor.
Volaron las palabras.
Y en su vuelo,
me encontré
con tu nombre escrito en mi pecho.
Y en su vuelo,
me encontré
con tu nombre escrito en mi pecho.
SsJ
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