Angela Yvonne Davis es una filósofa, política, activista afroamericana, feminista y profesora que nació el 26 de enero de 1944 en Birmingham (Alabama, Estados Unidos). Nació en pleno corazón del sur segregacionista de Estados Unidos y creció en un barrio donde las bombas lanzadas por el Ku Klux Klan eran frecuentes y donde las familias negras vivían amenazadas solo por atreverse a aspirar a una vida digna. Su infancia estuvo marcada por la violencia racista y por una conciencia muy temprana de que ser mujer, negra y pobre era una combinación peligrosa y su madre, profesora y activista en la Asociación Nacional para el Progreso de las Personas de Color (NAACP), fue una de sus primeras referentes.
Desde joven, Angela tuvo acceso a una educación que no era común para muchas niñas negras de su época y estudió en escuelas progresistas, leyó mucho, además de viajar en su juventud a Europa para profundizar en filosofía. Estudió en Alemania, donde entró en contacto con el pensamiento marxista y luego volvió a Estados Unidos con una formación política y académica muy sólida. A finales de los años 60, se convirtió en profesora de filosofía en la Universidad de California en Los Ángeles, pero no tardó en ser despedida por su militancia comunista. En esa época, Davis ya era miembro del Partido Comunista y se había acercado también a los Panteras Negras, aunque nunca formó parte oficial del grupo.
El momento que la convirtió en figura internacional fue su detención en 1970, acusada falsamente de haber participado en un intento de fuga en el que murieron un juez y varios miembros del tribunal. El arma utilizada en el crimen estaba registrada a su nombre, pero Davis no estaba presente durante los hechos. A pesar de ello, fue arrestada, encarcelada y llevada a juicio en uno de los procesos más politizados del siglo XX. Pasó más de un año en prisión preventiva. Durante ese tiempo, se convirtió en un símbolo de la resistencia política. El lema “Free Angela” dio la vuelta al mundo, con movilizaciones en su apoyo en numerosos países y finalmente, fue absuelta en 1972. Su absolución fue una victoria para los movimientos sociales y para quienes luchaban contra un sistema judicial profundamente racista.Angela Davis nunca se limitó a defenderse a sí misma sino que usó su experiencia en prisión para denunciar el sistema carcelario estadounidense, uno de los más crueles y deshumanizantes del mundo. Desde entonces, ha dedicado gran parte de su vida a la crítica de lo que ella llama el “complejo industrial carcelario”, es decir, la red de intereses económicos y políticos que sostiene la existencia de millones de personas encarceladas, muchas de ellas negras, latinas, pobres y mujeres. Su feminismo es profundamente abolicionista y cree en un mundo sin prisiones y sin violencia estatal, donde los conflictos se resuelvan con justicia restaurativa y no con castigos inhumanos.
A lo largo de las décadas, Angela Davis ha denunciado que el feminismo blanco tradicional ha ignorado sistemáticamente la experiencia de las mujeres negras, indígenas y pobres y ha sido una de las voces más firmes en exigir un feminismo interseccional, que entienda que las opresiones no actúan de forma separada, sino entrelazadas porque no es lo mismo ser mujer blanca de clase media que ser mujer negra, lesbiana, migrante o trans. El feminismo, para ella, tiene que ser una herramienta de liberación colectiva y sobre todo, radical... es decir, que vaya a la raíz de los problemas.
Angela Davis también ha sido una voz fundamental en la visibilidad de las mujeres lesbianas dentro del feminismo y aunque durante mucho tiempo no habló públicamente sobre su orientación sexual, en los años noventa empezó a hacerlo abiertamente. Esta parte de su identidad fue objeto de silencios e invisibilización pero Davis siempre ha defendido que el feminismo debe abrazar todas las luchas por la dignidad y contra la discriminación, incluidas a las que se enfrentan las personas LGTBIQ+.
En los últimos años, su pensamiento ha recobrado fuerza entre las nuevas generaciones y su imagen ha vuelto a ocupar pancartas, murales, portadas de libros y su voz se ha escuchado en protestas contra la violencia policial, en movimientos como Black Lives Matter, en debates sobre justicia reproductiva y derechos laborales. Angela Davis no ha dejado de hablar, de escribir, de enseñar y sus conferencias siguen siendo espacios de reflexión crítica y de esperanza.
Siempre ha sido muy clara al señalar que el camino hacia la justicia es largo, difícil y lleno de contradicciones y cree en el poder de las alianzas, en la necesidad de que el feminismo dialogue con otras causas, y sobre todo, en la posibilidad de transformar el mundo desde abajo.
Angela Davis es una de esas mujeres que no pueden explicarse sin hablar de lucha... lucha constante, comprometida, sin descanso. Su nombre ha estado ligado a la resistencia, al feminismo, al antirracismo y a una idea de justicia que incomoda al poder. Hablar de ella es hablar de una vida entera dedicada a visibilizar las opresiones estructurales, especialmente aquellas que recaen sobre las mujeres negras, las personas presas y las clases populares, y su historia es la de alguien que no se quedó callada, incluso cuando hacerlo habría sido más fácil, más cómodo o menos peligroso.
No estoy aceptando las cosas que no puedo cambiar,
estoy cambiando las cosas que no puedo aceptar.
Las mujeres siempre han sido la columna vertebral del movimiento de justicia social.
El feminismo es el arma más potente para luchar contra el racismo y el fascismo.