Rafael Alberti fue un escritor español y poeta de la llamada Generación del 27, que nació el 16 de diciembre de 1902 en El puerto de Santa María (Cádiz) y falleció el 28 de octubre de 1999. Su voz poética, resuena con una musicalidad que atraviesa los tiempos, transformando el lenguaje en un campo fértil donde germinan versos modernos y experimentales.
Desde sus primeras obras, Alberti mostró una inquietud por desbordar los límites de la palabra, buscando en cada estrofa una nueva forma de expresar lo inefable. A lo largo de su carrera, navegó por diversos estilos poéticos, siempre con la pasión de quien no teme explorar lo desconocido. Pero su poesía no solo fue un acto de creación, sino también de lucha. Ferviente defensor de la República, su pluma se convirtió en un arma de resistencia, una trinchera desde la que alzó su voz contra la dictadura franquista, lo que lo llevó al exilio en tierras lejanas como Argentina e Italia.
Lejos de su patria, Alberti no se rindió, continuó escribiendo con una mezcla de nostalgia y esperanza, y exploró también otras artes, como la pintura, donde el surrealismo y el expresionismo le ofrecieron nuevos caminos para plasmar su visión del mundo. En cada trazo y en cada poema, el eco del exilio y la resistencia resuena, una constante en su obra.
En 1977, regresó a España tras la muerte de Franco, como un marinero que vuelve a puerto tras una tormenta interminable. Hasta su fallecimiento, Alberti jamás dejó de escribir. Su obra es un testimonio de compromiso, no solo con los problemas sociales y políticos de su tiempo, sino también con sus propias experiencias y emociones. En cada línea, en cada pincelada, se percibe la esencia de un poeta que, aun en la distancia, nunca dejó de soñar con la libertad.
Fue cuando comprobé
que murallas se quiebran con suspiros
y que hay puertas al mar que se abren con palabras.

Yo nunca seré de piedra,
lloraré cuando haga falta,
gritaré cuando haga falta,
reiré cuando haga falta,
cantaré cuando haga falta.

Se equivocó la paloma,
se equivocaba.
Por ir al norte fue al sur,
creyó que el trigo era agua.
Creyó que el mar era el cielo
que la noche la mañana.
Que las estrellas rocío,
que la calor la nevada.
Que tu falda era tu blusa,
que tu corazón su casa.
(Ella se durmió en la orilla,
tú en la cumbre de una rama).
Ya no puedo escribir.
Y ando perdido,
inventándote cartas y poemas
que no te escribo
Dejé un temblor, dejé una sacudida,
un resplandor de fuegos no apagados,
dejé mi sombra en los desesperados
ojos sangrantes de la despedida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Suscríbete a esta entrada y recibe por email las nuevas actualizaciones y comentarios añadidos
Marca la opción "Avisarme"