Octavio Irineo Paz y Lozano fue un poeta, escritor, ensayista y diplomático mexicano, que nació el 31 de marzo de 1914 en Ciudad de México. Al igual que un águila que surca los cielos, se alzó como una de las más eminentes figuras literarias del siglo XX. Su pluma, un puente entre lo tangible y lo etéreo, le otorgó el Premio Cervantes en 1981 y el Nobel de Literatura en 1990, sellando su nombre en el firmamento de las letras.
Paz no fue solo un tejedor de versos, su espíritu indomable lo llevó a adentrarse en los laberintos de la política y la diplomacia. Como embajador de México en la India, entre otros destinos, su voz resonó en los ecos de la justicia y la libertad, defendiendo con fervor los derechos humanos en un mundo muchas veces ensombrecido por la opresión.
Su muerte, el 19 de abril de 1998, marcó el silencio de un gran poeta, pero su legado, como un río que nunca cesa, sigue fluyendo en la literatura contemporánea. La profundidad de su obra, rica en matices y reflexiones, continúa siendo objeto de estudio y admiración en cada rincón del planeta, recordándonos que las palabras pueden transformar realidades y que el eco de su voz jamás se extinguirá.
Aprender a dudar es aprender a pensar.
Un mundo nace
cuando dos se besan.
Bajo las rotas columnas,
entre la nada y el sueño,
cruzan mis horas insomnes
las sílabas de tu nombre.
Las masas humanas más peligrosas
son aquellas en cuyas venas ha sido inyectado
el veneno del miedo...
del miedo al cambio.
Unos lloran con lágrimas;
otros con pensamientos.
Decir, hacer
Entre lo que veo y digo,
entre lo que digo y callo,
entre lo que callo y sueño,
entre lo que sueño y olvido,
la poesía.
Se desliza entre el sí y el no,
dice
lo que callo,
calla
lo que digo,
sueña
lo que olvido.
No es un decir
es un hacer.
Es un hacer
que es un decir.
La poesía se dice y se oye:
es real.
Y apenas digo
es real,
se disipa.
¿Así es más real?
Idea palpable:
la poesía
va y viene
entre lo que es
y lo que no es.
Tiene reflejos
y los desteje.
La poesía
siembra ojos en las páginas
siembra palabras en los ojos.
Los ojos hablan
las palabras miran,
las miradas piensan.
Oír
los pensamientos,
ver
lo que decimos
tocar
el cuerpo
de la idea.
Los ojos
se cierran
las palabras se abren.
Los seres humanos
podemos ser felices por un instante,
pero un instante es una ventana hacia la eternidad.
Cada poema es único.
En cada obra late, con mayor o menor grado,
toda la poesía.
Cada lector busca algo en el poema.
Y no es insólito que lo encuentre:
Ya lo llevaba dentro.
El mundo cambia
si dos se miran y se reconocen.
Epitafio para un poeta
Quiso cantar, cantar
para olvidar
su vida verdadera de mentiras
y recordar
su mentirosa vida de verdades.
La libertad no necesita alas,
lo que necesita es echar raíces.
Escribir, quizá, no tiene más justificación que tratar de contestar a esa pregunta que un día nos hicimos y que, hasta no recibir respuesta, no deja de aguijonearnos.
Quien ha visto la esperanza, no la olvida. La busca bajo todos los cielos y entre todos los hombres.
El amor es escándalo, desorden, transgresión: el de dos astros que rompen la fatalidad de sus órbitas y se encuentran en la mitad del espacio.
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