Joaquín Ramón Martínez Sabina, conocido artísticamente como Joaquín Sabina es un cantautor español que nació en Úbeda (Jaén) el 12 de febrero de 1949.
Joaquín Sabina es un poeta disfrazado de cantautor, un alquimista de palabras que ha hecho de las noches de Madrid su musa y de la vida bohemia su mejor canción. Con su voz rasgada, como de madrugada eterna y su estilo desenfadado, ha creado un universo donde lo cotidiano se vuelve mágico, y lo oscuro, bello. Sus letras están llenas de personajes que parecen salidos de un cuadro de café a medianoche: perdedores encantadores, amantes de paso, y soñadores rotos que se levantan una y otra vez.
Sabina no canta para agradar, canta para decir lo que muchos piensan pero no se atreven a confesar. Cada verso suyo tiene una carga de ironía, una verdad incómoda que acaricia el alma y deja una huella. Su guitarra suena a calle, a vino barato, a bares que cierran tarde, y sus canciones, a diferencia de otros, no son solo melodías, son pequeñas historias que siempre llevan un toque de nostalgia y una risa socarrona.
Es un contador de historias, de esas que viven entre el amor y el desamor, entre lo sublime y lo terrenal, un maestro de la contradicción, capaz de mezclar la alegría y la tristeza en una misma línea, haciendo que quien le escucha sonría mientras sus ojos se humedecen. Sabina es eso, un cronista de la vida que no se olvida de lo bueno ni de lo malo, un trovador que ha convertido su vida en una obra de arte agridulce, pero siempre sincera.
Noches de boda
Que el maquillaje no apague tu risa,
que el equipaje no lastre tus alas,
que el calendario no venga con prisas,
que el diccionario detenga las balas.
Que las persianas corrijan la aurora
que gane el quiero la guerra del puedo,
que los que esperan no cuenten las horas,
que los que matan se mueran de miedo.
Que el fin del mundo te pille bailando,
que el escenario me tiña las canas,
que nunca sepas ni cómo, ni cuándo,
ni ciento volando, ni ayer ni mañana.
Que el corazón no se pase de moda,
que los otoños te doren la piel,
que cada noche sea noche de bodas,
que no se ponga la luna de miel.
Que todas las noches sean noches de boda,
que todas las lunas sean lunas de miel.
Que las verdades no tengan complejos,
que las mentiras parezcan mentira,
que no te den la razón los espejos,
que te aproveche mirar lo que miras.
Que no se ocupe de ti el desamparo,
que cada cena sea tu última cena,
que ser valiente no salga tan caro,
que ser cobarde no valga la pena.
Que no te compren por menos de nada,
que no te vendan amor sin espinas,
que no te duerman con cuentos de hadas,
que no te cierren el bar de la esquina.
Que el corazón no se pase de moda,
que los otoños te doren la piel,
que cada noche sea noche de bodas,
que no se ponga la luna de miel.
Que todas las noches sean noches de boda,
que todas las lunas sean lunas de miel.
La poesía huye, a veces,
de los libros para anidar extramuros,
en la calle, en el silencio, en los sueños,
en la piel, en los escombros,
incluso en la basura.
Que se llama soledad
Alguna veces vuelo
y otras veces
me arrastro demasiado a ras del suelo,
algunas madrugadas me desvelo
y ando como un gato en celo
patrullando la ciudad
en busca de una gatita
en esa hora maldita
en que los bares a punto están de cerrar,
cuando el alma necesita
un cuerpo que acariciar.
Alguna veces vivo
y otras veces
la vida se me va con lo que escribo,
algunas veces busco un adjetivo
inspirado y posesivo
que te arañe el corazón,
luego arrojo mi mensaje,
se lo lleva de equipaje
una botella, al mar de tu incomprensión.
No quiero hacerte chantaje,
sólo quiero regalarte una canción.
Y alguna veces suelo recostar
mi cabeza en el hombro de la luna
y le hablo de esa amante inoportuna
que se llama soledad.
Algunas veces gano
y otras veces
pongo un circo y me crecen los enanos,
algunas veces doy con un gusano
en la fruta del manzano
prohibido del padre Adán
o duermo y dejo la puerta
de mi habitación abierta
por si acaso se te ocurre regresar.
Más raro fue aquel verano
que no paró de nevar.
Y algunas veces suelo recostar
mi cabeza en el hombro de la luna
y le hablo de esa amante inoportuna
que se llama soledad.
A mi me gusta comer de verdad, beber de verdad, besar de verdad, hablar de verdad, enamorarme de verdad y cuando pones tanto en esas cosas lo normal es que salgas lleno de cicatrices. Son pruebas de que has vivido.
Todos, alguna vez, fuimos amores pasajeros
de trenes que no iban a ningún lado.
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