Audre Lorde fue una escritora afroamericana, feminista y activista por los derechos civiles que nació 18 de febrero de 1934 en Nueva York. Hija de inmigrantes caribeños, desde pequeña supo lo que era sentirse diferente. Se crio en Harlem, un barrio negro, pero en una casa donde se hablaba inglés con acento extranjero y donde el silencio sobre el racismo era tan denso como el racismo mismo. También supo lo que era ser pobre, ser negra en un país profundamente racista y ser lesbiana en un mundo que negaba su existencia. Desde muy joven encontró en la poesía una forma de decirse, de existir y de resistir.
Audre Lorde entendía el feminismo como una lucha que debía ser profundamente inclusiva o no sería lucha en absoluto y su voz incomodó también dentro del propio movimiento feminista, especialmente al feminismo blanco, al que acusó de olvidar a las mujeres negras, a las mujeres lesbianas, a las mujeres pobres. Su lucha no era solo por el derecho al voto o a un salario digno: era por el derecho a ser nombrada, a ser escuchada, a vivir sin miedo.
Su lesbianismo fue una parte fundamental de su identidad política. En una época en la que muchas feministas evitaban el tema por miedo a la estigmatización, ella lo ponía en el centro y hablaba de la sexualidad como un lugar de poder, de resistencia, de placer. Criticó también la heterosexualidad obligatoria, la misoginia dentro del movimiento LGTB y la falta de escucha hacia las voces negras dentro de los espacios queer.
Hablar, escribir, nombrar lo indecible fue para ella un acto radical y lo hizo desde una honestidad feroz, desde una exposición sin maquillaje, sin concesiones porque sus palabras no eran cómodas ni pretendían serlo, estaban pensadas para mover, para sacudir, para abrir grietas.
También reflexionó sobre la maternidad, sobre el cuerpo, sobre la enfermedad. Cuando fue diagnosticada con cáncer, escribió sin tapujos sobre su proceso, sobre el dolor, sobre el miedo, pero también sobre la belleza de la vida, sobre la urgencia de vivir con plenitud. Su muerte el 17 de noviembre de 1992 en Saint Croix (Estados Unidos) fue una pérdida enorme, pero su legado sigue latiendo en cada palabra suya que aún leemos.
Su legado atraviesa generaciones, continentes, movimientos y está presente en cada espacio donde se lucha por existir desde la diferencia. También en quienes escriben, en quienes transforman la experiencia en palabra y en quienes se atreven a contar su historia sabiendo que hacerlo es ya una forma de resistencia.
Nos enseñó a no callar, a no pedir permiso, a no disculparnos por ser demasiadas cosas... porque en un sistema que nos quiere pequeñas, silenciosas y divididas, ser muchas, ser fuertes y estar unidas, es el gesto más revolucionario de todos.
Audre Lorde fue mujer, negra, lesbiana, madre, poeta, activista, feminista, luchadora contra el racismo, contra el sexismo, contra la homofobia y contra el clasismo. Fue todo eso, todo junto, todo al mismo tiempo y se negó siempre a dejarse encasillar. Esa incomodidad que producía en quienes querían simplificarla es precisamente lo que la convierte en una de las voces más poderosas del feminismo del siglo XX.
No seré una mujer libre mientras siga habiendo mujeres sometidas, incluso cuando sus cadenas sean muy diferentes a las mías.