viernes, 12 de octubre de 2018

Miedos...


Te vi al otro lado de la calle... Te vi y tuve miedo que tú me vieras a mí y me reconocieras, o peor aún, que no lo hicieses. Han pasado tantos años, tantos inviernos, tantas penas, tanta lucha, que las arrugas y las canas han aparecido antes de lo esperado y parezco mayor de lo que soy y ni siquiera me asemejo a lo que fui. Te vi y tuve miedo a ver en tus ojos la pena y la compasión.
Tuve miedo de verme en ti.

Y cómo explicarte que al final no he sido el ganador que se esperaba de mí, como explicarte que la vida a veces te lleva a vivir situaciones jamás imaginadas y a tomar decisiones que a veces no son las correctas y eliges el camino equivocado.

Y me escondí... no pude evitarlo, me dio vergüenza que me vieses así, mirando en los contenedores a ver si alguien había tirado alguna prenda que me pudiese servir o un trozo de pan del día de ayer o una carta de amor de un desenamorado que me hiciese volver a sentir.

Te vi y tuve ganas de todo y de nada.
Ganas de gritar tu nombre, ganas de zambullirme para coger impulso y salir más fuerte a romper las tristes paredes que acordonan la ciudad, ganas de iluminar mis insomnios para que huyan los miedos que alimentan y asfixian mis ilusiones, ganas de dar esperanza a mi desespero, de dar esquinazo al caprichoso destino que se camufla en los parques, en la penumbra de la noche y de la conciencia.

No pude evitarlo... te seguí.
Necesitaba seguir contemplando tus ojos, ese infinito profundo en el que me perdía para revivir. Necesitaba seguir comprobando que tu cabello y tu piel seguían iluminando los lugares que pisabas, para poder seguir soñando, para quedarme con tu imagen y que ella diese algo de vida a mi sinvivir.

La gente pasaba a mi lado sin verme, sin percatarse que bajo esa vestimenta una vez hubo un niño con millones de ilusiones, un adolescente lleno de fuerza, un hombre con un prometedor futuro, lo que se llama un brillante porvenir, pero la crisis, las deudas, el paro, la edad... esa edad en la que parece que ya no existes para nada ni para nadie y menos para esa política represora y opresora que nos ha llevado a muchas personas a ni siquiera tener un techo donde dormir o donde mal vivir.

La gente ni me mira cuando pasa a mi lado, o lo que es peor, los hay que miran con desprecio de verte cada día bajo los mismos cartones, como si a los que pasan junto a mí no les pudiese ocurrir.

Intenté volver a decir tu nombre antes de que cogieses ese taxi que te apartase nuevamente de mi alrededor, y volviese a ser esa nada en la que me despierto cada mañana, pero el silencio y el vacío se adueñó de mi voz y sólo salió un lamento, un quejido, una canción sin melodía ni letra.

Me entró miedo... por un instante, la desconfianza se apoderó de mi mundo y necesité un abrazo, el calor de alguien que me mirase a los ojos, y me dijese que al final todo pasaría, necesité sentir esa sensación perdida del amor, y la melancolía se volvió a apoderar de mí.

De los dos, uno perdió y ese fui yo.

Intentaré volver a luchar contra los monstruos de mi mente, intentaré resurgir o al menos inventar un cuento que me hable de ti. Me quedaré con el regalo de esta noche de volver a verte aunque sea desde lejos, y lo evocaré cuando el silencio llene la ciudad, con los versos que despertaban en mi mente tu sonrisa, y volveré por un momento a sentir, que soy el poeta que una vez fui.

SsJ





2 comentarios:

  1. Precioso. LLega, se introduce muy adentro y eriza la piel y el corazón.
    Yo en tu lugar, intentaría seguir cultivando el relato. Eres capaz de transmitir mucho.

    Un abrazo

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    Respuestas
    1. Muchas gracias, tomaré en cuenta tus palabras que motivan a seguir entregando mis sentimientos y mis palabras.
      Un abrazo muy grande

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