jueves, 5 de julio de 2012

Pedro Salinas

Pedro Salinas Serrano fue un escritor, poeta, filólogo y profesor español que nació en Madrid el 27 de noviembre de 1891 y falleció el 4 de diciembre de 1951 en Boston (Estados Unidos). Fue un alquimista de la palabra, un poeta que no solo escribía versos, sino que los destilaba, transformando lo cotidiano en un espacio de reflexión pura. Su obra, marcada por una exquisita sensibilidad, lo consagró como una de las voces más profundas y luminosas de la Generación del 27, ese grupo de poetas que cinceló el alma de la poesía española del siglo XX.
Reconocido por sus poesías, Salinas exploró los recovecos del amor, la identidad y la experiencia humana con una claridad casi mística. Cada uno de sus versos es como un espejo que no refleja solo lo visible, sino también lo invisible, lo inefable que late bajo la superficie de las palabras. Más allá de la poesía, su pluma también se derramó en ensayos llenos de agudeza intelectual, revelando su faceta de filólogo minucioso y de profesor entregado.
A través de sus traducciones de Marcel Proust, Salinas tendió puentes entre dos mundos literarios, trayendo la vastedad introspectiva del novelista francés a las aguas de la lengua española, contribuyendo así a una nueva comprensión de su obra en el ámbito hispanohablante.
Su vida lo llevó lejos de su patria, pero incluso en el exilio su poesía floreció. En cada poema suyo se escucha el eco de un hombre que, más que buscar respuestas, se atrevió a preguntar, a amar, y a iluminar las profundidades del ser con la claridad de su visión poética. Un visionario que, aun en su ausencia, sigue dialogando con el tiempo y el silencio.







Jamás palabras, abrazos, me dirán que tú existías,

que me quisiste: Jamás. 

Me lo dicen hojas blancas,
mapas, augurios, teléfonos;
tú, no. 
Y estoy abrazado a ti sin preguntarte, 
de miedo a que no sea verdad
que tú vives y me quieres. 
Y estoy abrazado a ti sin mirar y sin tocarte. 
No vaya a ser que descubra con preguntas,
con caricias, 
esa soledad inmensa de quererte sólo yo.



Cada beso perfecto aparta el tiempo,
le echa hacia atrás,
ensancha el mundo breve
donde puede besarse todavía...



Tan de verdad,
que parecía mentira.




Para vivir no quiero
islas, palacios, torres.
¡Que alegría más alta:
vivir en los pronombres!

Quítate ya los trajes,
las señas, los retratos;
yo no te quiero así,
disfrazada de otra,
hija siempre de algo.
Te quiero pura, libre,
irreductible, tú.
Sé que cuando te llame
entre todas las gentes
del mundo,
sólo tú serás tú.
Y cuando me preguntes
quién es el que te llama,
el que te quiere suya,
enterraré los nombres,
los rótulos, la historia.
Iré rompiendo todo
lo que encima me echaron
desde antes de nacer.
Y vuelto ya al anónimo
eterno del desnudo,
de la piedra, del mundo,
te diré:
"Yo te quiero, soy yo".





Tengo confianza. Vivo más tranquilo, camino por mis días con menos recelo. Pero no olvido que la vida y todas sus grandes cosas son eternas y momentáneas, y que de pronto en un instante podemos quedarnos ciegos en medio de la luz, muertos en medio de la vida, solos en medio del amor.





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